lunes, 8 de septiembre de 2014

Mi voz serà callada, pero mis manos hablaràn


La  Mujer estaba arrodillada en el banco de la iglesia. Alerta. Su respiración, aunque suave, era controlada. Miró alrededor. Nadie. Ninguna persona  había ingresado antes que ella llegara. De pronto un leve crujido a su espalda alertó su ser. Respiró hondo muy suave y aguardó. Su cuerpo siguió en la misma posición, nada más que pronto a reaccionar ante cualquier ataque. Unos pasos se acercaban. La mujer esperó. respiración controlada. El sacerdote entró a la iglesia. Era un franciscano de 81 años. La iglesia estaba dentro del predio o terreno donde vivía la comunidad franciscana  que cada tantos años cambiaba de sacerdotes. Miró a la mujer ya madura, de unos cincuenta y cinco años, delgada, mirada profunda, directa. Cuando estuvo a su lado notó que la mujer apenas volvía sus ojos sobre él. La mujer apenas sonrío, se paró y saludó con un beso en la mejilla al sacerdote.
- Padre- dijo suavemente.
Se sentó al lado del representante de Jesucristo en la tierra y mirando a su alrededor, inclinó su cabeza para hablar en voz baja.
- ¿ Cómo estás hija?
- Deseo confesarme Padre. Como siempre.
La Mujer comenzó su"mea culpa".
De pronto sin finalizar dicha confesión, habló sobre lo que tanto la estaba torturando.
- Padre, usted me aconsejó la vez anterior, que hable con las debidas personas sobre el conocimiento que tengo y que no me calle nada. Sucede que me asaltan dudas y .....¡ Cómo decir, explicar lo que con tanta profundidad conozco!
- Hija, tienes un deber moral hacia la humanidad. Pide fuerzas a Dios. Ya eres muy fuerte, me lo has demostrado todos estos años que nos conocemos y hablamos.
- Quiero huir del presente, del futuro que veo todo a mi alrededor y no se cómo poder hacerlo. Día, tras día las noticias internacionales son cada vez más terribles y cuando pienso que yo tengo en mi poder el conocimiento, el cómo poder detener, aunque sea el sesenta por ciento de toda la locura, porque es una locura lo que  está sucediendo en el mundo, siento que mi corazón me dice "actúa ya".
-Hazlo. Ve y habla con esas personas y luego déjalo en manos de Jesús.
La Mujer quedó mirando por unos segundos los zapatos gastados del sacerdote. Luego habló muy suavemente.
- Padre, como siempre todo lo que hablé en confesiones anteriores y ahora, queda en el silencio de la confesión, por favor.
- Queda en el silencio de la confesión hija - dijo lento el sacerdote mirándola con afecto.
- Y ahora padre, por favor ¿Me da su bendición?
Y el sacerdote dijo las palabras de absolución de sus pecados  y luego la bendijo. La saludo y se retiró de la iglesia. La Mujer se arrodilló nuevamente y sus ojos miraron la imagen de Jesús que estaba colgada frente al altar. Era la imagen del crucifijo de San Damìan. Pero La Mujer miraba la imagen y pensaba cómo daría los próximos pasos. Tendría que comenzar por Roma. Sí, primero Roma, luego Jerusalèm, más tarde Asia.....Rusia... Polonia.... sí, el tiempo corría muy de prisa y ella tenla una terrible obligación moral, como le había dicho su amigo el sacerdote. Buscarla los días y horario de vuelos.
Se paró y caminó hacia la salida del templo. El frío del día  golpeo su cuerpo. Acomodó el abrigo sobre sí y comenzó a caminar hacia el vehículo. Un fiat duna que tenia sus varios años. Subió y dio el arranque, mientras sus ojos no cesaban de mirar, observar a su alrededor. Sabia que cualquier persona podía, de pronto, aparecer con cualquier excusa y allí  estaría el arma que detendría su obligación moral.

Habían transcurrido siete dìas y La Mujer nuevamente, estaba dentro de la iglesia de San Francisco de Asís, arrodillada frente a la imagen del Cristo de San Damiàn. Pero esta vez había otras personas dentro del templo. Aguardó. Sabía que en unos instantes verla al sacerdote que esperaba. Y como respondiendo a su llamado, se abre la puerta y el sacerdote de 81 años, entra. Queda unos segundos  mirando todo a su alrededor. Luego se dirige hacia el confesionario. Entra y cierra la puerta.  La Mujer apenas mueve hacia su lado la cabeza, se para y camina lento hacia el confesionario. Al llegar, se arrodilla al costado del mismo y queda cubierta por una madera. El sacerdote abre la ventanita y a través de la rejilla que apenas la cubre, entre dichos espacios, entrega dos cartas. La Mujer las recibe y guarda dentro del bolso que tiene contra su cuerpo.
- Aquí tienes dos cartas que preparé para que entregues al Santo Padre y la otra al superior de Casa nova en Jerusalèm.
- Gracias padre. Antes de continuar quiero confesarme y poder recibir las indulgencias plenarias.
La Mujer comenzó su "mea culpa". Al finalizar dijo:
- Y ahora padre....me da el arma por favor....
El sacerdote la miró fijo. Admiraba a esta mujer que estaba arriesgando su vida. ¡Qué firme, decidida la vela! y él la ayudaría. Sí. La ayudaría.
- Si hija.
- Sacó del bolsillo de su sotana, un pequeño paquete y se lo alcanzó. Ella lo recibió y por unos instantes quedaron mirándose los dos a los ojos. Luego lentamente lo guardó dentro del bolso que cubrió con su mano.
- En Roma te encontraras con el sacerdote Lucio Scorza. El te entregará otra parte del arma. Y en Jerusalèm, buscarás al sacerdote Pietro Gazanega y te dará el resto. Ellos ya saben de tu viaje. Cuando me llamaste hoy por teléfono,me dijiste que viajas esta noche y yo asì les indiqué a ellos. Esperan tu llegada.
- Gracias padre. Por favor deme el perdón y la bendición.
El sacerdote asì lo hizo.
- ¿Volveremos a vernos padre? - preguntó la mujer mirándolo.
- Quiera Dios que si hija. Quiera Dios que si. Rezaré por ti cada día en las intenciones de la misa. Ten cuidado, mucho cuidado. Hay alguien que te está vigilando...
- Sì, lo se. Ya descubrí dos de sus esbirros. Se que la lucha es muy fuerte y ni hablar cuando llegue a Israel, Jerusalèm y quiera llegar a Gaza. ¿Acaso olvidó el asalto que tuve hace tres años atrás? No olividé los golpes.
- Y aprendiste karate.
- Sí. Ahora se cómo defenderme y ....con esta arma, la más potente de todas, nada temo.
- Cuida que no te la quiten. Que no caiga en malas manos.
- La cuidaré con mi propia vida.
- Lo se.
- Bien padre. Gracias por todo y....no le digo adìos. Le digo hasta pronto.....
- Hasta pronto hija. Que Dios te bendiga.

Eran las 22 hs cuando el taxi la dejó en el aeropuerto de Ezeiza, en Argentina.  Ingresó al enorme y bullicioso hall y se dirigió al mostrador de la companìa aérea Alitalia. Algunas personas estaban esperando para obtener boletos. Aguardó. Al llegar su turno, mostró pasaporte y pidió boleto de primera. Solamente de ida. Llevaba una pequeña maleta y el bolso que tenla en la mañana cuando fue a encontrarse con el sacerdote amigo. Un hombre pesó dicha maleta y luego la envolvió , dio tiket de comprobante y ella caminó hacia la escalera mecánica. Mientras iba subiendo, volvió su cabeza y miró a las personas que estaban detrás de ella en la misma escalera como asì también las que estaba en el hall. Y sus ojos por unos instantes quedaron fijos mirando al hombre que parado, mientras acomodaba una mochila sobre su espalda, la miraba. Ella, miró a su alrededor dando a entender que lo ignoraba y luego quedó mirando hacia adelante. Llegó a la sala de espera. Un  enorme ventanal mostraba los aviones de diferentes companìas aéreas. La pista de arribo y más allá el verde puro del césped que acompañaba a los costados de las pistas. Vio que un carro cargado con contenedor pequeño se acercó a la bodega de equipajes de un avión de la línea Iberia y luego de retirarse éste, apareció otro carro con otros contenedores más pequeños que subieron al avión. Pensó que serla la comida y bebida. Más  allá, vio aviones de otras companìas  aéreas. Se alejó unos pasos y quedó mirando la entrada a la sala de espera. Quería saber si el hombre que encontró su mirada en ella, ingresaba. Luego de una hora de espera, escuchó por el alto parlante una voz de mujer que llamaba a los pasajeros de la línea aérea Alitalia con destino a Italia, presentarse en la puerta de embarque número 3. Miró por ultima vez la entrada de la sala y quedó más tranquila al notar que el sospechoso hombre no apareció. Caminó hacia la cola de personas que con los debidos pasajes en mano mostraban a la azafata de tierra. Llegó su turno, entregó su pasaje y la azafata cortó y devolvió con una sonrisa, el resto del comprobante de vuelo. Se dirigió hacia la manga y siguiendo a las demás personas, ingresó al avión. En la puerta abierta había dos azafatas de vuelo, que con amplias sonrisas la recibieron. Una de ellas, solicitó el pasaje y luego de mirarlo, guió hacia primera clase, indicó asiento y devolvió el pasaje, dirigiéndose hacia su compañera de viaje. Los demás viajeros no cesaban de ingresar.
La mujer acomodó su cuerpo en el cómodo asiento y aguardó.
Pasados unos minutos, se cerró la puerta principal del avión y el ruido del motor se hizo más fuerte. Instantes más tarde, escuchó la voz del comandante de vuelo que se presentaba y daba la bienvenida abordo, explicando las horas de vuelo y a qué hora de Italia llegarían. Lo explicó  también en idioma italiano. Ordenaron abrocharse los cinturones de seguridad. Luego las azafatas comenzaron a explicar los lugares que se encontraban los paracaídas y demás cosas necesarias por cualquier problema que sucediese. Las imágenes en la pantalla del televisor pequeño que estaba colgado   sobre sus cabezas, ilustraban dichas indicaciones.
El avión comenzó a dar marcha atrás, luego viró hacia la derecha y se dirigió hacia la pista que le fue indicada. Viró nuevamente a la izquierda y comenzó a corretear sobre la pista cada vez más ligero y en un determinado segundo, levantó suavemente la punta del avión, elevándose con perfecta seguridad.
Las azafatas comenzaron a preparar las bandejas de la cena. Se escuchaba ruido de botellas y voces de ellas.
A los pocos minutos, le alcanzaron una bandeja con la cena y dieron a elegir la bebida. La mujer retiró y bajó la mesita que estaba contra el asiento anterior y colocó dicha bandeja. Pidió agua mineral y luego comenzó a degustar comida y bebida.
Más tarde, fue retirada dicha bandeja y volvió a colocar en el lugar anterior la mesita de apoyo. Acomodó su cuerpo, cerró los ojos y comenzó  a programar su encuentro con el sacerdote Lucio Scorza.



A las 12 hs y 55 minutos arribó al aeropuerto de Fiumicino o Leonardo da Vinci. Allì mismo tomó el tren  Leonardo Express que en 30 minutos la dejaría en la estación Termini. De allí, tomó taxi y fue a hospedarse en el Apartaments, Azzurra, que está en pleno centro de Roma y se puede llegar a pie a la Piazza Navona.  Eligió  éste Apartements, por su ubicación, costo y muy buen servicio.
Minutos más tarde de registrarse, ya estaba duchándose. Se vistió con un vestido color celeste y zapatos color negros, clásicos. Arrolló sobre su cuello, una chalina blanca y recogiendo su bolso ( este bolso, lo llevaba siempre con ella  ya que era muy cómodo. Pequeño, pero profundo y con compartimientos. Como si fuese un Neceser.), cerró la puerta de su Apartaments, y ya en la vereda, caminó unos metros y entró en una pizzeria. Buscó una mesa cerca del ventanal cuya vista era muy buena, ya que daba a la calle tan transitada. Después de saborear una riquísima pizza acompañada con un pocillo pequeño, de riquísimo y fuerte cafè.
Transcurrida una hora, abonò la cuenta y se dirigió al encuentro del Sacerdote Scorza.  Sabia que estaba en la Iglesia de San Luigi dei Francesi. Vio que se acercó al cordón de la vereda y estacionó un taxi. Estacionó y de él bajó una pareja. Corrió hacia él, y antes que el hombre cerrara la puerta, ella, sonriente llegó y subió. Dio la dirección de la mencionada Iglesia y  sus ojos gozaron con lo que velan.
Llegó, abonó y bajó del taxi, ingresando a la espectacular, magnifica Iglesia. Estaba finalizando la misa. Miró al joven sacerdote que oficiaba y esperó sentada en el último banco, mientras sus ojos recorrían toda la nave.
Quince minutos mas tarde, vio que el sacerdote que había oficiado la misa, se acercaba a ella mirándola fijamente. Ella se paró y aguardó. Una vez a su lado, el sacerdote la saludo.
- Buenas tardes. Soy el padre Scorza. Nuestro amigo, el padre Raùl, me llamó hoy por teléfono indicándome que usted llegaría hoy y que vendría para acá. Bien. ¿ Cómo está? ¿Cansada quizás del largo viaje?
- Mucho gusto padre. ¿Me creería si le digo que estoy muy bien? Quizás sea por los "bombardeos" que reciben mis ojos, pero Roma es para gozarla cada instante.
- Coincido con usted. Venga. Acompáñeme a mi oficina. Allí podremos hablar tranquilos.